“La disminución de la actividad física en pandemia produce una merma sustancial en nuestro funcionamiento ósteo-articular y neuro-muscular, afectando a nuestro organismo”, señala académico de Pedagogía en Educación Física de la USS, Pablo Luna.
El sedentarismo es uno de los factores de riesgo más importantes en la prevalencia y progreso de la obesidad. Tiene una alta relación con la presencia de enfermedades metabólicas y crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedad cardiovascular y otros síndromes e, inclusos, cánceres. Del mismo modo, desde el punto de vista mental, la inactividad física está relacionada con mayores niveles de angustia y estrés.
Por su parte, la pandemia y las cuarentenas totales o parciales, como es de esperar; han disminuido significativamente los desplazamientos y las actividades corporales de la vida diaria como caminar;, traslados en bicicleta, subir escaleras, entre otras.
Esto produce una merma sustancial en nuestro funcionamiento ósteo-articular y neuro-muscular, afectando el normal funcionamiento de nuestro organismo, a lo que se suman los negativos efectos en el ámbito mental, con alarmantes niveles de estrés y ansiedad que han sido evidenciados en diversos estudios.
Este escenario atípico en nuestras vidas está teniendo consecuencias insospechadas en la salud de la población. También, y en especial, preocupa el aprendizaje motor de los niños y jóvenes, quienes, por diversas razones, en los últimos años han disminuido sus prácticas corporales y de actividad física.
Esta disminución se explica por causas como el menor tiempo disponible de escolaridad, el uso de tecnologías y televisión para su entretención y otras. El aprendizaje motor está asociado con la práctica y la experiencia que conduce a cambios relativamente permanentes en el grado de habilidad del movimiento.
Se entiende como la capacidad de realizar tareas específicas como lanzar, atrapar, golpear, patear y otras, así como resolver situaciones deportivas, expresivas lúdicas, lo que permite al ser humano adaptarse a su entorno inmediato. En ese contexto, la disminución del ejercicio o la actividad física lo afecta ostensiblemente.
En este sentido, adquirir un aprendizaje motor significa cambiar. Este cambio se debe a la práctica o ejercitación, produciéndose en el organismo adaptaciones musculares, neurológicas y cognitivas. Este aprendizaje se almacena en el cerebro y constituye lo que se denomina memoria motriz, de ahí que habilidades previamente aprendidas puedan ser ejecutadas mucho tiempo después de interrumpido el entrenamiento o la práctica.
Este complejo proceso es la base para la generación de hábitos de vida saludable, como la práctica permanente de actividad física, ya que producto de la repetición es que se consolidan estas conductas, haciéndose muy probable su réplica en la edad adulta.
Pablo Luna Villouta
Académica Pedagogía en Educación Física
Universidad San Sebastián