“La práctica deportiva frecuente debe ser desarrollada durante la niñez y la adolescencia, ya que es la ventana de oportunidad para las adaptaciones esqueléticas y salud ósea”, explica en su columna el académico de Pedagogía en Educación Física de la USS, Pablo Luna.
En los últimos años, la preocupación por el desarrollo de la osteoporosis en la población adulta ha sido motivo de múltiples investigaciones en diversos lugares del mundo.
Así, la niñez y la adolescencia han sido considerados momentos muy importantes para potenciar el desarrollo de la masa ósea, ya que en este momento de la vida se alcanza la máxima acumulación de este tejido, en específico se incrementa y eleva el depósito de contenido y densidad mineral ósea, siendo determinantes en la etapa adulta.
El desarrollo óseo presenta características individuales en función de la raza y la herencia, y está condicionado por una serie de factores como aspectos nutricionales, mecánicos y hormonales. La incidencia sobre estos factores condicionantes puede predisponer a la pérdida o a la mejora tanto de la calidad como de la cantidad de hueso.
Tal es así que varios estudios han reportado que los niños físicamente activos tienen niveles más altos de minerales óseos que los niños y jóvenes sedentarios. En este sentido, se ha visto que la práctica deportiva frecuente tiene un gran impacto en el desarrollo de nuestros huesos y músculos.
Esto se produce porque los músculos ejercen altas fuerzas de tracción sobre los huesos a los que están unidos. Entonces, ocurre un aumento del contenido y densidad mineral ósea directamente por las cargas de alto impacto de los movimientos ejecutados. Además, de forma indirecta, por el aumento de la masa muscular en el área específica a la que está unida con los huesos.
Por lo anterior, las altas cargas de distribución inusual, en relación con la versatilidad de movimientos, especialmente de alta proporción y de gran magnitud, parecen ser particularmente estimulantes de la osteogénesis, más aún si se comparan con cargas o movimientos más ligeros y aplicados de forma repetida. Este mayor beneficio es visible especialmente en las zonas corporales donde se produce la sobrecarga.
Así, se pueden lograr efectos beneficiosos para la masa ósea promoviendo la participación en deportes de alto impacto, que someten al esqueleto a tensiones frecuentes en diferentes direcciones, por ejemplo, fútbol, tenis, básquetbol, gimnasia artística, pádel, handbol, voleibol y hockey, entre otros.
Esto debido principalmente a que las fuerzas generadas al cambiar rápidamente de dirección, detenerse, golpear y saltar, confieren excelentes propiedades osteogénicas en los segmentos corporales más utilizados en este tipo de deportes, como brazos y piernas.
Por lo tanto, la práctica deportiva frecuente debe ser desarrollada durante la niñez y la adolescencia, ya que es la “ventana de oportunidad” para las adaptaciones esqueléticas y desarrollo óseo, a diferencia de cualquier otro período de la vida. En esta etapa, los beneficios pueden ser muy grandes, prologándose hasta la adultez.
Pablo Luna Villouta
Académico Pedagogía en Educación Física
Universidad San Sebastián