Los fármaco se usan para enfrentar la ansiedad o la depresión y se han incorporado a la “cultura de la pastilla”. Por sí solos y en dosis acotadas no tienen grandes problemas, pero si se combinan con otras drogas o se ingieren por más tiempo del recomendado, pueden ser peligrosos. Académico de la USS propone monitorizar la prescripción y dispensación de estos medicamentos mediante un sistema de ficha electrónica regulado por el MINSAL e incorporar un código de barra a la receta médica.
A veces son las personas quienes van generando y acomodando los síntomas para dar una respuesta a lo que perciben como una enfermedad: experimentan ansiedad, tristeza y otras manifestaciones relacionadas con el estrés habitual de la modernidad, auto-medicándose en algunos casos con medicamentos para dormir, levantar el ánimo o reducir la ansiedad.
De acuerdo a cifras de la Guía Clínica de la Depresión del Ministerio de Salud, una de cada cuatro mujeres adultas ha utilizado antidepresivos y según el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda), uno de cada diez jóvenes reconoce haber consumido tranquilizantes sin receta médica. Uno de los grupos de fármacos más utilizados como ansiolíticos, inductores del sueño y relajantes musculares son las benzodiacepinas y sus derivados.
Jaime Sasso, académico de la carrera de Química y Farmacia de la Universidad San Sebastián (USS) señala que “estos medicamentos fueron estudiados para ser utilizados durante períodos de tiempo acotados, sin embargo muchas personas insisten en utilizarlos prácticamente de por vida como base para inducir el sueño”.
El académico de la USS señala que “hasta 1995, se vendían benzodiacepinas sin mayor regulación. Hoy se debe llevar en cada farmacia un control del stock de estos medicamentos, por medio de una receta médica que se retiene y se registra en un libro; sin embargo, al ser un sistema de registro manual, no es posible cruzar información respecto a dos recetas idénticas que se podrían estar dispensando en diferentes farmacias”.
Sasso enfatiza que es necesario en primer lugar, “disponer de un sistema de ficha electrónica que sea regulada por el MINSAL e incorporar un código de barra en las recetas médicas para monitorear la prescripción y dispensación de estos medicamentos”, permitiendo así abrir una caja negra no solo respecto al uso de antidepresivos y benzodiacepinas, sino que también de antipsicóticos y otros fármacos psicotrópicos”.
En cuanto al consumo excesivo y prolongado de benzodiacepinas, se ha asociado una pérdida de memoria e incluso se está estudiando el potencial efecto de estos fármacos sobre el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. El docente de la USS agrega que en el caso de la población joven, el problema es que cuando se producen crisis de pánico o trastornos más severos, muchas veces se prescribe más de un fármaco complementario a la terapia.
Sasso afirma que si se trata de neurolépticos, tranquilizantes mayores o antipsicóticos, la situación es más compleja, porque son fármacos que pueden generar múltiples reacciones adversas. Además, “en el caso de los antidepresivos, ocurre algo paradójico, porque en algunos casos las tasas de suicidio observadas en adolescentes son mayores en pacientes que utilizan estos medicamentos, respecto a la administración de un placebo”.
Los ansiolíticos, antidepresivos y tranquilizantes mayores son medicamentos que actualmente son prescritos no solo por especialistas, sino que también por médicos generales. El químico farmacéutico y doctor en ciencias biomédicas indica que en las dosis adecuadas las benzodiacepinas son bastante seguras, no ocurriendo lo mismo cuando existe una asociación de antidepresivos y antipsicóticos, ya que incluso podría desarrollarse un problema cardiorrespiratorio.
El académico precisa que actualmente se está transitando hacia el uso de inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, porque son compuestos que no generan mayores reacciones adversas, no obstante en la actualidad se han identificado ciertos marcadores genéticos que explican por qué las reacciones adversas y la capacidad de eliminar los fármacos de nuestro organismo son distintas entre los diferentes pacientes”.
“Posiblemente nos estamos equivocando al refugiarnos únicamente en la utilización de una pastilla o un comprimido. Confiamos tanto en los medicamentos, que muchas veces no nos acordamos que el acompañamiento psicológico o una terapia alternativa podría ser aún más importante”, concluye Sasso.
Una mirada similar al control en la entrega de medicamentos antidepresivos es la que formula el decano de la Facultad de Medicina de la U. San Sebastián, Dr. Luis Castillo. Precisa que “toda medida, todo proceso o procedimiento que vaya en la búsqueda de mejorar la seguridad en la prescripción de los medicamentos psicotrópicos o aquellos que producen dependencia física y psíquica es bienvenido, específicamente la incorporación de un código de barras como mecanismo de control y de fiscalización para reducir la automedicación”.
Puntualiza que le parece “una muy buena iniciativa que debiera implementarse lo más rápidamente posible para intentar controlar, reducir y fiscalizar de alguna manera el expendio y la mediación en psicotrópicos”.