Cuando el sentido de la visión se ve afectado en el grupo de personas mayores de 60 años, habitualmente, se inicia con una disminución de la sensibilidad al contraste y de los colores o disminución de la agudeza visual.
Con el pasar de los años, nuestro cuerpo se hace vulnerable y susceptible ante el riesgo de deficiencias y discapacidades. Estadística y científicamente está comprobado que a medida que envejecemos nuestros sentidos se debilitan progresivamente, tales como el del gusto, el olfato, el tacto, la audición y sobre todo el de la visión.
Estos sentidos son fundamentales para todas las personas, puesto que regulan nuestro sistema nervioso por medio de estímulos sensoriales, lo cual nos permite reconocer desde el sabor de una comida y su aroma, disfrutar escuchar una canción, acariciar una textura y en especial, observar con detalle una fotografía o un paisaje.
Cuando el sentido de la visión se ve afectado en el grupo de personas mayores de 60 años, habitualmente, se inicia con una disminución de la sensibilidad al contraste y de los colores o disminución de la agudeza visual.
Debemos considerar que, la función visual del ser humano, aporta más del 85% de la información obtenida por los órganos de los sentidos, lo que hace muy necesario evaluarla exhaustivamente por los profesionales del equipo de salud visual. Esto incluye determinar la discriminación de colores, la amplitud del campo visual y la capacidad de distinción de contraste entre objetos.
Cuando el sentido de la visión se ve afectado en el grupo de personas mayores de 60 años, habitualmente, se inicia con una disminución de la sensibilidad al contraste y de los colores o disminución de la agudeza visual. Con ello, se ve alterada la percepción de los espacios, sobre todo por la noche, lo que, sin duda, hace que disminuya la coordinación sensorial y motora, afectándose el caminar y aumentando el riesgo de caídas.
La recomendación, desde el punto de vista de la salud preventiva, es que los adultos mayores puedan acudir a controles oftalmológicos periódicos y de igual forma en el plano familiar.
Las caídas son frecuentes, asociadas a una elevada en el adulto mayor y suele conducir a la internación en clínicas u hospitales. Un quinto de los adultos mayores de entre 65 a 69 años, y hasta dos quintos de los mayores de 80 años, relatan al menos una caída en el último año. El 80% de las caídas se producen en el hogar y el 20% restante fuera del él; la gran mayoría de ellas no son reportadas y las familias abordan los síntomas desde su propio conocimiento.
Esto hace que la recomendación, desde el punto de vista de la salud preventiva, sea que los adultos mayores puedan acudir a controles oftalmológicos periódicos y de igual forma en el plano familiar, en el acondicionamiento y preparación del entorno doméstico que faciliten el tránsito y desplazamiento, minimizando los riesgos.
Cristián Chávez
Investigador Vicerrectoría de Investigación y Doctorados
Universidad San Sebastián
Vea la columna en El Dínamo