Ucrania y la deshumanización de la guerra

Las guerras traen secuelas catastróficas para la salud mental de los individuos y la sociedad en general. El experto en psicología comunitaria y director de Psicología Advance de la Universidad San Sebastián, Gabriel Urzúa, explica las consecuencias del conflicto actual en Ucrania.  

Ucrania y la deshumanización de la guerra

Hablar de salud mental en un país como Ucrania es difícil, particularmente, porque es un territorio que ha debido enfrentar innumerables escenas de guerra y dolor a lo largo de su historia, donde muchas veces las familias quedan separadas por nuevas fronteras o la migración forzada.

“Las personas que han sido obligadas a abandonar su territorio de vida han sido deshumanizadas, no solo despojadas de sus bienes materiales, sino que también ha sido quebrada su identidad personal y social. Han sido desarraigadas de sus familias, amigos, lazos sociales, despojadas de estilos de vida y sueños”, señala Gabriel Urzúa, director de Psicología Advance de la Universidad San Sebastián.

Según un reportaje de la BBC, Ucrania tiene una de las peores tasas de suicidio por población en el mundo. Especialmente tras la guerra de 2014, se estima que al menos 700 veteranos de guerra se han quitado la vida. Una posible razón es la falta de apoyo en temas de salud mental, y una nula presencia del Estado en cuanto a ayuda psicológica para su población.

Tras los primeros ataques a Kiev por parte de Rusia y el consiguiente estallido de la guerra actual, la población ucraniana ha actuado de manera heroica al resistir con firmeza, pidiendo armas y entrenándose para defender a su país. Sin embargo, las consecuencias psicológicas que genera una situación de emergencia como la guerra se manifiestan en traumas y heridas profundas que quedan marcadas para siempre entre sus ciudadanos.

Urzúa indica que la guerra impacta en todas las dimensiones de lo humano (psicológica, social, cultural, económica, política, etc.) e involucra a todos los miembros de la sociedad, sean participantes directos, espectadores, víctimas o victimarios. Sin embargo, “lo que prevalece en una situación de guerra es la deshumanización del otro; se legitima el desprecio por el otro, se pierde la sensación de sufrimiento por el otro, se concluye que el bando rival no tiene humanidad; por tanto, se abre un abominable campo fértil para infligir los más graves vejámenes”, señala.

Trauma psicosocial

Por otro lado, el académico indica que una de las estrategias más usuales en un conflicto bélico es la creación de un ambiente psicológico de vulnerabilidad, lo cual tiene como consecuencia una sensación de miedo generalizado entre la población, sentimiento de amenaza y angustia masiva. Según explica, esto lleva a que el sujeto pierda autonomía, se vuelva individualista (al intentar sobrevivir individualmente a costa de los demás), aumente su desconfianza y síntomas depresivos, entre otras consecuencias.

A esto, algunos autores le llaman trauma psicosocial: al igual que una contusión deja marcas en nuestro cuerpo, la exposición a hechos violentos deja huellas, muchas veces permanentes, en nuestras mentes. Pero el trauma psicosocial no solo debe entenderse como el daño que ocurre de forma individual, sino que permea y deja marcas en la población como conjunto. Trastornos de ansiedad y del estado del ánimo como los síntomas más comunes. Si suscribimos a la idea de que es imposible entender a la sociedad sin individuos, ni a los individuos sin sociedad, esto adquiere aún más fuerza.

“Una de las consecuencias más complejas es la creación de un ambiente de inseguridad social, el cual da paso a procesos de polarización; es decir, se produce una división entre quienes simpatizan con la causa frente a los que no. Los primeros son mis amigos, los últimos mis enemigos: se militariza la vida cotidiana”, señala Urzúa.

Apoyo a los refugiados de Ucrania

Una vez se produce el éxodo y los individuos logran salir hacia otros países de acogida, el proceso de insertarse en una nueva sociedad también puede resultar difícil y traumático. Por eso, Urzúa advierte que los países deben proveer apoyo a estas personas con su duelo, “reconociendo la fractura de su identidad personal y social como un tema altamente sensible, que implica una pérdida no solo individual, sino que colectiva, y no solo material, sino que simbólica”.

El psicólogo y magíster en psicología comunitaria señala que, en lo práctico, se debe colaborar en la rearticulación de sus redes primarias y en la promoción de ejercicios colectivos de memoria, “los cuales permitan combatir el olvido que muchas veces las víctimas de estos procesos terminan autoimponiéndose”, sugiere Urzúa.

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