Psicóloga explica que las tareas dan cabida para que los padres sean parte del proceso educativo de los hijos y que éstas son una actividad para fortalecer contenidos ya vistos en el aula.
Los niños y adolescentes pasan la mayor parte del tiempo dedicándose a los estudios durante su trayectoria escolar. Agregar a estas restricciones horarias mayores deberes, como las tareas para la casa, puede resultar un golpe a la vida personal y recreativa de un niño o de un joven, si lo miramos desde la crítica.
No obstante, estas responsabilidades fuera del aula no pretenden invadir el mundo privado, sino generar un aporte cognitivo en la medida en que sean fraccionadas de forma intencional para provocar un aprendizaje efectivo.
Estas responsabilidades fuera del aula no pretenden invadir el mundo privado, sino generar un aporte cognitivo.
Las tareas no solo sirven para hacer un continuo del aprendizaje; su utilidad radica básicamente en ejercitar, integrar conocimiento y repasar lo que quedó pendiente.
Pero además de este impacto en la cognición, hay otras consecuencias positivas que se relacionan con la promoción de hábitos de estudio, disciplina y organización del tiempo para planificar las demandas del día a día.
Además, da cabida para que los padres sean parte del proceso educativo de los hijos, participando de forma directa en la construcción de tareas como colaboradores del proceso, o indirectamente si es solo para dar instrucciones o supervisar su cumplimiento.
Hay otras consecuencias positivas que se relacionan con la promoción de hábitos de estudio, disciplina y organización del tiempo
La clave para que las tareas no sean obstáculos es limitar su extensión, hacerlas entretenidas y de baja complejidad. Recordemos que las tareas no refieren al aprendizaje autónomo, sino más bien son una actividad para fortalecer contenidos ya vistos en el aula.
Javiera Hernández
Psicóloga y coordinadora de Formación Integral
Universidad San Sebastián, sede Concepción
Vea la columna en Diario la Tribuna