Cuando nos sentamos a compartir una instancia trivial, como tomar desayuno, almorzar u organizar cualquier actividad familiar, caemos en actitudes como guardar silencio, hablar trivialidades o simplemente accionamos piloto automático y hacemos como si no estuviéramos presentes.
La vida familiar no solo implica compartir un techo y saludarse a diario, implica además voluntad para comunicar eventos cotidianos, emociones, dificultades y otras situaciones de cada ser humano. El vínculo familiar es un consolidado de detalles que debemos cultivar a diario para que no se estanque la relación y para que el pilar social primario se mantenga estable a lo largo del tiempo.
No obstante, este vínculo social se ha visto quebrantado ya que hemos obviado una herramienta poderosa: la comunicación. Este fenómeno no se debe exclusivamente a la aparición del celular, las redes sociales o el televisor, la verdad es que la comunicación cursa por una crisis que se vincula también con la incapacidad de conectarnos con nuestras emociones y con la torpeza para verbalizar sensaciones y pensamientos positivos a nuestros seres queridos.
El vínculo familiar es un consolidado de detalles que debemos cultivar a diario para que no se estanque la relación y para que el pilar social primario se mantenga estable a lo largo del tiempo.
Cuando nos sentamos a compartir una instancia trivial, como tomar desayuno, almorzar u organizar cualquier actividad familiar, caemos en actitudes como guardar silencio, hablar trivialidades o simplemente accionamos piloto automático y hacemos como si no estuviéramos presentes. Además de esto recurrimos insistentemente al celular, como si las redes sociales fueran más importantes que las personas que están con nosotros. Incluso, vamos más allá, somos capaces de sacarnos fotos, etiquetarnos en lugares con las personas que compartimos en el momento, sonreír de algo que nunca nos pareció gracioso y subirlas a las redes como si aquello tuviera mayor validez que reír a carcajadas con aquella persona que tenemos cerca o sacarnos una fotografía solo porque queremos guardar un momento espontáneo.
La conversación sobre qué nos sucede, organizar un paseo, dar gracias por la comida o interesarse por lo que le pasa al otro, parecieran esfumarse al momento de compartir. Muchas familias ni siquiera quieren coincidir, pues les parece una imposición o simplemente se tornó desagradable con el tiempo.
La conversación sobre qué nos sucede, organizar un paseo, dar gracias por la comida o interesarse por lo que le pasa al otro, parecieran esfumarse al momento de compartir.
¿Qué podemos hacer para revertir esto? ¿Somos realmente conscientes de que hemos perdido la capacidad de expresarnos espontáneamente? ¿Entendemos que los parientes cercanos y/o amigos de toda la vida no sólo existen, sino que debemos complementarnos a través de lo que comunicamos? Lo cierto es que hay muchas interrogantes respecto de este fenómeno. Pese a ello, lo primero es estar conscientes de lo que estamos expresando, ya sea por falta de tiempo, por miedo, por frustración, por aprendizajes de experiencias pasadas, etc.
Además de plantearnos esta interrogante, podemos accionar nuestro motor interno y ser capaces de fomentar vínculos asertivos. Darse cuenta del aquí y el ahora, disfrutar del momento, planificarse y concentrarse en ese momento único donde estoy con otro distinto, son algunas de las acciones comprometidas con la comunicación. Por otro lado, también puede resultar de gran utilidad considerar las instancias participativas como rituales, espacios reflexivos, seguros y donde debemos disfrutar la compañía de nuestra familia.
Javiera Hernández Fernández
Psicóloga y coordinadora de Formación Integral
Universidad San Sebastián, sede Concepción
Vea la columna en diario El Sur