¿Por qué necesitamos un país humanista?

Cristián Warnken es el director del nuevo Centro País Humanista. En esta columna, el profesor de Literatura y también escritor, explica por qué se necesitan las humanidades y el rol que tendrá el centro de pensamiento. “En tiempos de atolondramiento reflexivo, de conversaciones polarizadas (con el acelerante de las redes sociales), de políticas públicas mal pensadas, de populismo desatado, necesitamos abrir espacios de reflexión, discusión y creación que miren el horizonte y no la agenda corta que todos llevamos guardada en el bolsillo”, señala.

Nicanor Parra en un irónico poema sobre Chile, afirmaba que “creemos ser país, y la verdad es que somos apenas paisaje”. Probablemente en esa afirmación reflejaba el estado de ánimo de un Chile estancado y sin un horizonte de sentido delante. ¿Tal vez  se estaba haciendo cargo de lo que había dicho el economista Aníbal Pinto, al hablar de Chile como un “caso de desarrollo frustrado”? En una reciente columna aparecida en El Mercurio, Eugenio Tironi compara el estado de ánimo del país en los 70 y hoy, y encuentra algunas similitudes: la sensación de estancamiento económico, la inseguridad, la crisis del sistema político, etc. ¿Seremos por segunda vez un caso de desarrollo frustrado?

La creación de un nuevo centro de Humanidades de la Universidad San Sebastián, que hemos llamado “País Humanista”, tiene que ver porque nos interesa, nos apasiona y nos duele el país. Y creemos que la crisis no sólo es política (falta de grandes acuerdos para avanzar en los grandes temas postergados), sino moral y cultural.

Un país no es sólo paisaje, y no es sólo economía ni sólo política. Y la política no se puede separar de la ética (eso ya lo dejó claro Aristóteles) ni de la cultura ni de la educación. Que el así llamado “estallido” del octubre del 2019 haya comenzado con la toma de un liceo público tan emblemático como el Instituto Nacional, y que el actual estancamiento político y económico o decadencia en curso coincida con una colosal crisis de nuestra Educación Pública, no es casual.

En tiempos de atolondramiento reflexivo, de conversaciones polarizadas (con el acelerante de las redes sociales), de políticas públicas mal pensadas, de populismo desatado, necesitamos abrir espacios de reflexión, discusión y creación que miren el horizonte y no la agenda corta que todos llevamos guardada en el bolsillo.

Las conversaciones entre Eduardo Frei Montalva y Gabriela Mistral , que se vieron reflejadas en un libro de significativo título “Política y Espíritu”), los diálogos entre Ricardo Lagos y el escritor mexicano Carlos Fuentes, el hecho de que el primer rector de la Universidad de Chile y creador del Código Civil, Andrés Bello, haya sido un cultor de la poesía y un gramático, un humanista cabal, nos dan vislumbres de lo que puede ser una “país humanista”, donde no campean un pragmatismo ramplón ni un ideologismo empobrecedor de la realidad. Como decía Andrés Bello en su famoso discurso al asumir como rector “todas las verdades se tocan”. De eso se trata el Humanismo: de que las verdades se toquen, no que se destruyan mutuamente y eso pasa por reconstruir el tejido de la amistad cívica, dar un espacio al pensar reflexivo (que necesita pausa y no prisa) y, sobre todo, tal como lo afirmara el filósofo chileno Jorge Millas, “alentar la esperanza”.

Porque Chile no” se jodió”-como se anda diciendo por ahí. La esperanza es una obligación del Humanismo; Gabriel Marcel decía que el ser humano está hecho-en último término- de esperanza (no sólo de células y neuronas). Las Humanidades son cruciales en esas tareas que harán que nuestro país no sólo sea paisaje. Desafiados por la Inteligencia Artificial, como nunca la Inteligencia Humana debe estar presente en la conversación y construcción de lo que viene.

Y la Universidad es el lugar donde el pensamiento humanista debe desarrollarse (la Universidad nace desde las Humanidades). Según el economista Sergio Urzúa-en una reciente columna de opinión- el desafío pasó del “cómo hacerlo” al “¿para qué hacerlo?” y habla, por ello, de una suerte de “boom” de las Humanidades en el mundo. Es en el “¿para qué?”, donde deberemos trabajar en los años que vienen. Una Política sin “para qué” pensados y acordados queda a merced de los populismos e ideologismos que sí ofrecen “para qué” a pueblos huérfanos, en una Modernidad cuya herida más grande es la del sentido. Una Universidad sin “para qué”, sin Humanidades, se convierte en una fábrica de títulos, deja de ser, en esencia, Universidad.

Por eso, es urgente que florezca el País Humanista, ese cuyos vislumbres encontramos en un poema que nos funda (“La Araucana”), en la prosa de la gran pensadora que fue Mistral, en las reflexiones de nuestros pensadores olvidados (Millas, Góngora, Vial, Carla Cordua y tantos otros). Sentir Chile, imaginar Chile, pensarlo. El paisaje es una interpelación que espera una respuesta: cómo habitar, cómo convivir, cómo enfrentar el desafío del Cambio Climático y la Revolución Digital, como hacer una Democracia más vigorosa y resistente, cómo ser más resilientes en tiempos de peligro. Por todo eso, necesitamos construir un País Humanista, que es lo contrario de la Tierra Baldía que cantó el poeta T.S.Eliot, del paisaje espiritual yermo y desertificado que es el de los países que van a la deriva sin dirección y sin sentido.

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