Óscar Naranjo: “La sociedad chilena no está dispuesta a pagar el costo de que la vida y la libertad se vean arrinconadas por la mafia”

El general en retiro colombiano, Óscar Naranjo, fue uno de los expositores en el seminario “El rol de las FFAA en la seguridad pública”, organizado por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. En su paso por el país, narró los desafíos del crimen organizado en Colombia y la lucha que enfrentó con narcotraficantes y guerrilleros.

oscar-naranjo-sociedad-chilena-costo-mafiaIngresó a la Policía Nacional de Colombia en 1976 y el inicio de su carrera profesional coincidió casi exactamente con la explosión de los carteles del narcotráfico y el crecimiento de las guerrillas. Durante su permanencia en la institución contribuyó en la caída de cerca de 700 capos de la droga, incluido Pablo Escobar, catalogado como el zar de la cocaína.

Tras retirarse de la policía, en 2012, fue nombrado por el gobierno colombiano como negociador en el proceso de paz con las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo). Entre 2017 y 2018 ejerció el cargo de vicepresidente de Juan Manuel Santos. Un libro e incluso una serie de televisión narran la destacada trayectoria del denominado “general de las mil batallas”.

Durante su visita a la Universidad San Sebastián participó en un seminario organizado por la  Facultad de Derecho y Ciencias Sociales junto al Centro de Estudios para la Acción y Prevención en Seguridad Pública y Crimen Organizado (Cescro). En la instancia abordó el rol de las FFAA en la seguridad pública y ahondó en su experiencia en Colombia.

-¿Qué le genera el nombre Pablo Escobar Gaviria?

Tristeza. Se van a cumplir 30 años de su muerte y todavía hay dolor acumulado como resultado de la dramática y cruel violencia que ejerció sobre los colombianos. Con su nombre pienso en las más de 7 mil víctimas mortales que dejó su lucha para enfrentar al Estado y a la sociedad. Por un lado, siento solidaridad y tristeza con las víctimas y, por otro, un cierto alivio, porque la sociedad colombiana se impuso para evitar que nos convirtiéramos en un narco Estado.

-Su carrera avanzó en simultáneo con la explosión del narcotráfico y las guerrillas, ¿cómo enfrentó ese desafío?

Ingresé a la Policía con la vocación de proteger y ayudar a la gente, pero no imaginé que enfrentaría tanta violencia. Ver tantos policías morir cumpliendo con su deber, ser testigo de cómo Pablo Escobar ofrecía entre 500 y 2 mil dólares por cada policía asesinado y registrar que en un solo año fallecieran 500 policías en Medellín, enfrentando esa realidad, producía mucha desesperanza. Sin embargo, eso no nos llevó a claudicar. Había compañeros y superiores que daban ejemplo de valentía e integridad. Seguimos esos pasos y tuvimos la gran satisfacción de contener el propósito criminal de Pablo Escobar de llevarnos a ser un Estado fallido basado en el narcotráfico.

-El 2 de diciembre de 1993 Pablo Escobar es capturado y abatido, ¿cómo vivió ese día?

Esa noche los colombianos reaccionaron de distintas maneras. Algunos celebraron en las calles, otros lloraban a sus víctimas. En mi caso, sentí alivio, pero no alegría. Era consciente de que estábamos enfrascados en una situación muy dramática y que la muerte de Escobar no solucionaba el problema del narcotráfico de manera radical. De hecho, Escobar murió y al otro día ya estábamos en persecución del llamado cartel de Cali, esto no daba tregua. El día de su muerte lo viví en silencio, pensando siempre en el siguiente reto.

-Perseguir por décadas a los más poderosos capos de la droga, ¿le hizo temer por su vida?

He aprendido a administrar mis miedos, porque no se puede negar que uno siente temor de ser asesinado y en tres dimensiones. La dimensión que más me mortifica y que todavía me preocupa es el asesinato moral. Los narcotraficantes son expertos en destruir en ese plano a las personas, difundiendo mentiras y calumnias. Luego hay un asesinato jurídico, gente que termina acusada y en problemas legales. Luego está el asesinato físico. Más allá de lo personal, creo que la gran sacrificada es la familia. A ellos le deberé siempre el tiempo donde fueron rehenes de la propia seguridad que nos tocó adoptar. Siempre digo a los funcionarios, a los estudiantes y a la sociedad que la familia es un valor fundamental para proteger. Todos salimos de casa con la ilusión de un trabajo, pero al final estamos de regreso y hay que cuidar esa casa y ese lugar donde volver.

-En sus años activos el narcotráfico y las guerrillas tuvieron un crecimiento exponencial, ¿en un inicio fue más reacción que acción para enfrentarlos?

Es la historia natural frente al delito. Normalmente los delincuentes son los que toman la iniciativa y los Estados son más lentos en tomar decisiones que las organizaciones criminales. En Colombia muy temprano descubrimos que un arma muy poderosa era generar capacidades de inteligencia. Esto es un generador de conocimiento sobre el adversario y la manera menos violenta de enfrentarlo desde el punto de vista policial. Me dediqué cerca de 25 años a trabajar por la inteligencia, periodo en que creamos la Dirección de Inteligencia dentro de la Policía. Basados en eso y en la valentía de los funcionarios operativos, se acumularon resultados en la lucha contra las guerrillas y los narcotraficantes que el país aún valora.

-¿Cuál es su análisis de la situación del narcotráfico en América Latina?

Es una realidad triste. Llevamos más de 50 años de una política prohibicionista contra el narcotráfico y en estas décadas ha crecido el consumo de drogas, la producción, la violencia asociada a las drogas y la corrupción. Estamos en un momento para que globalmente los estados se sienten a pensar en nuevas alternativas para enfrentar el fenómeno de la droga. Es una visión bastante recortada pensar que el prohibicionismo es la solución. Está probado que, pese a haber mucha gente en las cárceles, las operaciones no se suspenden, siempre hay incautación de drogas. El mercado se mantiene, la droga se distribuye y la población es tremendamente afectada por la violencia asociada al consumo. Algo hay que hacer para lograr un equilibrio entre las tareas punitivas contra el narcotráfico, las tareas preventivas y las asociadas a la salud pública.

-¿Cómo visualiza la situación de Chile?

Con 40 años de experiencia en estos temas, llego a pensar que en Chile y en general en América Latina estamos atravesando el peor momento de la historia en relación con los desafíos del crimen organizado. Hay mucha fragmentación criminal, muchas estructuras. Ya no estamos en manos de uno, dos o cinco carteles grandes, sino que hay una atomización de criminales. Además, estamos siendo víctimas de una violencia que, en el caso chileno, empieza a romper una historia en relación con la protección de la vida. Chile tuvo históricamente tasas de homicidios similares a Europa, con 3 homicidios por 100 mil habitantes versus Colombia que llegó a tener 78, o países centroamericanos que registraban hasta 100 homicidios por cada 100 mil habitantes. Lamentablemente la violencia está creciendo.

-¿Cuál es el camino para revertir esta tendencia?

Por fortuna en Chile hay una sociedad que se alarma, que no quiere normalizar la violencia y está diciendo que esto hay que revertirlo. Eso es un buen síntoma. La sociedad chilena no está dispuesta a pagar el costo de que la vida y la libertad se vean arrinconadas por la mafia. Los chilenos están a tiempo de frenar este crecimiento de la violencia a través de su institucionalidad sólida y de sus fuerzas de seguridad profesionales, pero eso no basta. Hay que sumarle conocimiento desde la academia, para entender los fenómenos que se enfrentan; participación ciudadana; y, particularmente, un compromiso ético y político de que no son tolerantes con el narcotráfico.

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