Indiferencia ante el dolor de nuestros mayores

No basta con tener más especialistas en el área, necesitamos que todos adquieran habilidades para relacionarse con una población que envejece a pasos agigantados.

DIA DEL AMOR Y AMISTAD CEAM RENCA

La muerte de una pareja de ancianos enfermos ocurrida en Santiago el 21 de julio reciente debería remecer el alma de nuestro país. Jorge Olivares (84 años) hirió mortalmente a su mujer, Elsa Ayala (89 años), para luego quitarse la vida. Esa fue la salida que halló este matrimonio sin hijos para superar el abandono, la enfermedad y la tragedia de vivir en una sociedad indiferente al dolor de sus mayores. Una sociedad que se ufana de los avances en diversos indicadores de salud, que celebra tener la mayor esperanza de vida en el continente, pero que es insensible a las carencias de la generación que con su trabajo cimentó el progreso que hoy experimentamos. Una fernando_quirogageneración cuyos pasos cansados no son compatibles con los altos niveles de productividad que requiere el país que anhelamos construir. Una generación que ya no quiere competir por un espacio, sino disfrutar del digno sitial que le corresponde. Una generación que invirtió tiempo, esfuerzo y talento durante tantas décadas para solo recibir olvido, silencio y abandono. Una generación que pocos quieren mirar porque nos recuerda que nuestro país está demasiado lejos de transformarse en la sociedad inclusiva, respetuosa y justa que soñamos. Una generación que de tanto en tanto nos recuerda los niveles de egoísmo y materialismo que hemos incubado.

La historia de Jorge y Elsa, con todo el dramatismo que rodeó su final, no es una excepción. En Chile muchos viejos optan por el suicidio no porque quieran morir, sino porque quieren acabar con el sufrimiento o no desean ser una molestia para sus familias. Entre el 2010 y el 2015 casi mil personas mayores de 70 años se suicidaron en el país. Para ellos la muerte fue una salida más digna ante la alternativa de mendigar atención.

Debemos analizar nuestros vínculos y la forma que tenemos de aproximarnos a ellos ya sea en nuestras relaciones personales o laborales.

Las cifras son alarmantes. Según un estudio de Ana Paula Vieira, académica de Gerontología de la U. Católica, los mayores de 80 años de edad tienen la tasa más alta de suicidios en el país, con 17,7 por cada 100 mil habitantes, seguido por las personas de entre 70 y 79 años, segmento que registra una tasa de 15,4. En toda la población la tasa llega a 10,2.

Por cierto ante esta triste realidad, todos debemos cuestionarnos nuestra relación con los adultos mayores que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Debemos analizar nuestros vínculos y la forma que tenemos de aproximarnos a ellos ya sea en nuestras relaciones personales o laborales. Y en este último ámbito, a los profesionales del área de la salud nos cabe una responsabilidad mayor. Por una parte es de esperar que cada vez haya más interés en especializarse en temas de geriatría y gerontología. Nuestro sistema de salud tiene una deuda pendiente en ese ámbito.

Sin embargo, no basta con tener más especialistas en el área, necesitamos que todos adquieran habilidades para relacionarse con una población que envejece a pasos agigantados. Preocuparnos de fomentar su autocuidado, estar preparados para pesquisar patologías de salud mental, además de acompañar y empoderar a seres humanos que sienten que su momento ya pasó son claves para afrontar este problema. Todo aquello se debe hacer practicando la empatía, la paciencia, la tolerancia y el respeto. Nuestros viejos merecen mucho más que caridad, merecen vivir dignamente sus últimos años rodeados de los suyos.

Fernando Quiroga Dubournais
Vicerrector Sede Concepción
Universidad San Sebastián

Vea la columna en diario El Sur

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