“Ojalá que esa luz de esperanza, representada por la vacuna contra el Covid-19, se encienda también para los millones de amenazados por la pandemia del aborto y de la eutanasia”, manifiesta el director del Instituto de Filosofía, Eugenio Yáñez.
Siempre de un mal se puede extraer un bien. Esta es una verdad antigua que solemos pasar por alto, ya sea por una actitud autoflagelante que solo ve el mal, o en las antípodas, por un optimismo ingenuo y autocomplaciente que no le toma el peso a este mal. El 2020 para gran parte de la humanidad fue un año “agraz”, debido principalmente a la pandemia del Covid-19.
¿Tuvo algo de “dulce” el año pasado? Mencionaría los esfuerzos a nivel mundial por preservarnos libre de contagio y/o salvar la vida de millones de contagiados, en especial nuestros ancianos, los más vulnerables al virus. A mi juicio, lo esencial del 2020, que, según El Principito, es invisible a los ojos, fue la importancia asignada a la vida humana, que emergió como un tesoro invaluable a preservar. Cotidianamente, en silencio, anónimamente, superando el cansancio y la presión, desafiando a la muerte, miles de funcionarios de la salud en todo el mundo cuidaron de los enfermos.
En este contexto, resulta paradojal que mientras una parte de la humanidad se esfuerza por salvar millones de vidas, otra parte, independiente de las razones, pretende terminar con esas vidas en su etapa inicial o terminal, a través de leyes que legalizan el aborto, como en el caso reciente de Argentina que aprobó el “aborto libre”, o de la eutanasia, como en los casos de España o Chile.
Se calcula que el Covid-19 cobró el 2020 alrededor de 1,7 millones de muertos a nivel mundial. ¿Cuántos niños y niñas inocentes, débiles e indefensos fueron eliminados en el vientre materno el año pasado? Las cifras no son exactas, pero oscilan entre los 50 a 60 millones. ¿Y cuántos ancianos fueron “eutanasiados” sin su consentimiento, por ser considerados inútiles, o una carga demasiado onerosa para el Estado?
La discusión acerca de la eutanasia es primeramente moral, pues lo que está en juego es bastante más que el “derecho” a no alimentarse o a no ser tratado terapéuticamente contra su voluntad, basado en la presunta voluntad del paciente o autonomía del sujeto, sino la posibilidad de que un tercero, el Estado, cause la muerte a modo de prestación de salud.
Aunque parezca extraño, la eutanasia es el camino fácil. Quitarle la vida a una persona no es complicado, solo se requiere del instrumento o método apropiado y “sangre fría”. Lo difícil es justamente lo contrario, cuidarla hasta el fin de sus días, armarse de paciencia y fortaleza para acompañarla, darle ánimo, mostrarle que su vida tiene sentido, pese a su desmedrada situación física y/o psicológica. Ojalá que esa luz de esperanza que se enciende para la humanidad, representada por la vacuna contra el Covid-19, se encienda también para los millones de amenazados por la pandemia del aborto y de la eutanasia.
Tenemos el antídoto al alcance de todos y se llama “cultura de la vida”, que comienza con simple y esencial “te amo”, “te necesito”, “me alegro de que estés aquí conmigo”, “gracias por existir”, “quiero cuidarte”, “gracias por darme la posibilidad de hacerte feliz”, “perdón por todos mis errores”, etc. Si logramos esto, lo demás es añadidura.
Eugenio Yáñez Rojas
Director del Instituto de Filosofía
Universidad San Sebastián