Carrera docente y autoevaluación

Mireya Ramos, Profesora de Lenguaje y curriculista de la Dirección General de Pregrado, sostiene que el mejor instrumento de evaluación de la docencia es la autoevaluación de la propia práctica pedagógica.

Mireya RamosEn esencia y más allá de todos los tecnicismos y ocurrencias que surgen para catalogar lo que debe ser la carrera docente, quien decidió estudiar Pedagogía por vocación social, sabe claramente que en el ejercicio de esta profesión se va construyendo la identidad docente que define y diferencia a buen profesor de otro que sólo obtuvo el título.

Y probablemente, para tal dominio del oficio de enseñar, ninguno de los instrumentos que hoy se discuten, logre recoger con una acabada exactitud la información sobre una buena o mala calidad del desempeño de un profesor, especialmente si el énfasis está puesto en la certificación de competencias que direccionan a los profesores al logro de aprendizajes significativos en sus estudiantes, pero contradictoriamente evaluados desde una mirada externa, asimétrica y con mediciones estandarizadas que hasta ahora no han dado cuenta de otros aspectos de la integridad humana, como lo afectivo, lo artístico o lo social, entre otras más.

¿Por qué habría de costarnos poner en práctica con nosotros mismos, algo que enseñamos a diario a otros?

Porque en realidad, y como complemento necesario de una evaluación externa, tal vez haya que relevar que el mejor instrumento de evaluación de la docencia o de cualquier actividad humana, efectivamente es la autoevaluación de la propia práctica pedagógica, que cada profesor éticamente está llamado a realizar y a sistematizar dentro del ejercicio profesional. Condición sine qua non para mejorar, si se convirtiera en un hábito personal dentro de las responsabilidades profesionales, más allá de que todo un sistema se lo imponga.

Ello, simplemente debe expresarse en la sana costumbre de mirarnos críticamente, en un puro acto de consciencia individual, que le permita al profesor fortalecer todos sus dones y superar las debilidades. Porque, quién mejor que uno los conoce.

Bajo este principio de la evaluación auténtica, que ciertamente tiene un tremendo valor para el aprendizaje, más aún si somos los profesores quienes la inculcamos a nuestros estudiantes para que se superen. Entonces, ¿por qué habría de costarnos poner en práctica con nosotros mismos, algo que enseñamos a diario a otros?

En mi experiencia como profesora y habiendo compartido con muchos profesores a lo largo de la vida profesional, puedo decir que aquel que es bueno y se precia de tal, jamás experimenta inseguridad frente a lo que es capaz de hacer y mejorar, porque está acostumbrado a mirarse críticamente, antes que otros le digan dónde está fallando.

Esta simple actitud, entre otras cosas, seguramente le cambiaría el rumbo a nuestro sistema educativo.

Mireya Ramos
Profesora de Lenguaje
Curriculista Dirección General de Pregrado
Universidad San Sebastián

Vea la columna en diario El Sur.

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