El aumento de las enfermedades crónicas está en directa relación con los cambios alimenticios y uno de ellos es el consumo excesivo de azúcar. Si bien, la Asociación Americana del Corazón (AHA), recomienda no más de 5 cucharaditas por día, quienes la han dejado en su totalidad, hablan de cambios inspiradores.
No solo basta con querer. Lo primero que se debe considerar para generar algún cambio de hábito alimenticio, es tomar conciencia de lo que se come. “El decir estoy a dieta, genera restricciones que producen ansiedades que se exacerban al no ver resultados inmediatos”, explica Bárbara Yáñez, académica de la carrera de Enfermería de la Universidad San Sebastián (USS), quien cambió su dieta hace cuatro años.
La Asociación Americana del Corazón (AHA), recomienda reducir la ingesta energética procedente de azúcares añadidos a 25-35 gramos diarios en caso de los adultos y en los niños, ojalá no suministrarles en ninguna forma.
“Es decir, para un adulto que necesita consumir 2.000 calorías al día, podría comer máximo 5 cucharaditas de azúcar, o un vaso de 200 ml. de bebida azucarada”, explica Francisca Peña, docente de la carrera de Nutrición y Dietética de la USS.
¿Cómo dejarla? La nutricionista señala que buscando sustitutos: aumentar el consumo de fruta fresca sobre postres elaborados o emplearla para endulzar queques, bizcochos o yogures (plátano o puré de manzana); escoger agua fresca en vez de bebidas azucaradas; optar por productos de sabor más neutro, como yogurt natural o chocolates con mayor porcentaje de cacao; privilegiar alimentos naturales más que procesados.
La académica de Enfermería Bárbara Yañez, comparte su experiencia: “Lo primero es conocernos, nuestras fortalezas y debilidades y aceptarnos tal cual somos. No tenemos por qué limitarnos con dietas rigurosas. Si tengo autocontrol de mi ansiedad y tomo conciencia de lo que como, no tendré por qué sufrir con las comidas”.
La profesional agrega que “lo primero que dejé fue el azúcar: bebidas gaseosas, jugos procesados, galletas. Inmediatamente lo maravilloso de esto es que mi cuerpo y mente cambió, aparte de bajar de peso me sentía con más energía, mi piel y pelo se veían mucho más sanos”.
Luego –añade- se aprende a cocinar y escoger los alimentos según los nutrientes que aportan, pero también lo que es más importante es incluir en este cambio de hábito a toda la familia. “Hace cuatro años esto era imposible, porque al privarme era casi una tortura y finalmente, la familia se va sumando a estos increíbles cambios de conciencia con respecto a los alimentos”, comenta.