Formación integral

¿Qué es formación integral?

El Departamento Nacional de Formación Integral se crea para fortalecer el Sello institucional y la inspiración valórica del Proyecto Educativo. Su misión es formar no solo buenos profesionales, sino también buenas personas y buenos ciudadanos.

Para alcanzar estos fines, el Departamento ofrece un sistema de asignaturas Sello y Electivas, junto con diversas actividades humanistas y culturales las cuales se sustentan en un cuerpo académico y un equipo administrativo comprometido con la misión y el proyecto educativo.  

Nuestro propósito

Contribuir con la educación en virtudes de estudiantes, académicos, colaboradores, administrativos y directivos a través de la promoción, el conocimiento y la vivencia del proyecto educativo USS, para que se formen integralmente como buenos profesionales, buenas personas y buenos ciudadanos que aporten positivamente al bien común de la sociedad.

Nuestros valores

La dignidad superior de la persona humana

El hombre y la mujer son los únicos seres dotados de una dignidad superior y trascendente que emana de su condición de ser los únicos sujetos vivos, corpóreos y finitos de la creación, que poseen dones exclusivos e inherentes a su naturaleza, como son la inteligencia y la voluntad, la libertad, la conciencia ética y la capacidad de amar; potencias que explican por qué los seres humanos somos capaces de obrar virtuosamente y por qué somos los únicos seres llamados a cultivar un sentido trascendente de la vida, atributos todos que nos habilitan para hacer posible de un modo eficaz la convivencia pacífica, la paz social y buscar el mayor bienestar material y espiritual de todos.

El cultivo de la verdad

 El cultivo de la verdad

Un segundo principio derivado del anterior es el cultivo y la transmisión de la verdad, razón de ser de toda universidad, la cual es entendida en una doble dimensión: primero, como la adecuación de la inteligencia a las realidades físicas, materiales y perecibles, que cada persona puede conocer por los sentidos y por la razón; y, en segundo lugar, como la capacidad de descubrir aquello que está más allá de lo material, de lo que los sentidos pueden percibir, esas realidades metafísicas que sólo se pueden llegar conocer limitadamente por nuestra inteligencia. En la actividad académica el conocimiento de los saberes humanistas, científicos y tecnológicos se puede alcanzar por medio de la reflexión, la observación, y el cultivo de los conocimientos acumulados en cada uno de ellos, y por la comprensión de los métodos particulares que utiliza cada saber para llegar a descubrir la verdad. La verdad no cambia, es objetiva y no relativa y emana de la contemplación inteligente de la realidad, que permite descubrir y entender todo a partir de aquello que en cada cosa es esencial, lo que sustancialmente es siempre lo mismo en ella. El cultivo de la verdad es, en definitiva, el esfuerzo por conocer y comprender la realidad y de este modo, alcanzar certezas y evidencias en todas las áreas del conocimiento, y en todo aquello que acerque a la persona humana a una mayor perfección individual y a un mayor desarrollo espiritual y social.

La racionalidad y la capacidad de reflexión

Siendo el don de la razón o de la inteligencia, una de las cualidades inherentes y exclusivas de la naturaleza humana, una potencia o capacidad que por lo tanto solo posee el hombre y la mujer, la contemplación y la reflexión son esas manifestaciones de ella que nos permiten considerar todos los puntos de vista sobre una determinada materia, problema o cosa, para formarnos una opinión cierta y adoptar una decisión responsable, midiendo sus efectos o consecuencias.

En la actividad académica la racionalidad se asocia al juicio crítico, a la capacidad de formarnos una opinión fundada de todo para saber distinguir, por ejemplo, lo que es una idea o un argumento de lo que son las modas, las consignas culturales o ideológicas o las meras opiniones o pareceres personales. De estas virtudes, también surge la capacidad para rechazar cualquier forma de presión, amedrentamiento, descalificaciones o amenazas que hacen imposible el diálogo y la reflexión, el intercambio de ideas y la capacidad de enfrentar argumentos. Por eso, forman parte de la esencia de la actividad académica, en oposición a las conductas irracionales que, cuando son desenmascaradas, derivan en descalificaciones o en la violencia física o verbal.

La honestidad

Entendida como la virtud de actuar con rectitud, humildad y coraje, para reconocer un error, reparar un daño, para buscar y sostener siempre la verdad y la

justicia, aún en las circunstancias más adversas o difíciles.

Es lo que distingue a una persona honrada, confiable, razonable y justa, de quienes en cambio actúan movidos exclusivamente por intereses temporales o por la búsqueda de ventajas personales, o quienes recurren a la mentira, al engaño o a la violencia con tal de alcanzar el fin que se proponen, ignorando el principio ético fundamental, que enseña que el fin, por más noble o importante que sea, nunca justifica recurrir a medios ilícitos para lograrlo.

La justicia

 

Se define la justicia como la constante voluntad de dar oportunamente a cada uno lo suyo, lo cual implica respetar los derechos de los demás y defender por medios lícitos los propios. Esta virtud es el primer fundamento de la paz social, de la convivencia pacífica entre las personas y entre las naciones. Supone una cultura de reciprocidad que haga posible la retribución de lo que se recibe o de lo que se da, por algo equivalente. No se refiere solo al ámbito material sino, muy especialmente, al ámbito espiritual como ocurre en la relación afectiva que existe entre los padres y los hijos, entre los cónyuges, entre el profesor y el estudiante, o incluso, en el modo de cultivar la amistad. En la única relación donde no es posible la justicia es en la que existe entre cada persona y Dios, porque nunca estará al alcance de nuestras capacidades retribuir en algo equivalente la sublime magnanimidad, es decir, la grandeza de los dones y del amor que Él nos entrega gratuitamente a cada uno de nosotros, más allá incluso de nuestros merecimientos y de nuestra propia voluntad

La responsabilidad y la prudencia

La primera de estas virtudes se refiere a la capacidad de reconocer los deberes inherentes a cada derecho, y el sentido más profundo y los límites que tiene la libertad individual, a partir de la vida en comunidad, asumiendo el principio que establece que todo derecho tiene una obligación o un deber correlativo; la Prudencia, en cambio, es una virtud intelectual y moral, que inclina la inteligencia a juzgar y actuar de un modo reflexivo y sereno, de acuerdo con la discreción y la ecuanimidad. La prudencia es la recta medida del actuar, lo que supone la capacidad de discernir con sensatez y buen juicio en todo orden de situaciones, distinguiendo lo lícito de lo ilícito, lo justo de lo injusto, y teniendo siempre presente que la persona humana es el único ser que es responsable, es decir, que responde por las consecuencias de sus actos, de sus opiniones y de sus omisiones.

La tolerancia

Siendo el hombre y la mujer seres igualmente libres, racionales, imperfectos y finitos, precisamente de esas características se deriva nuestra falibilidad, o sea la capacidad de incurrir en desaciertos, de equivocarnos, o de elegir incluso a veces conscientemente, en virtud de nuestra condición de seres libres, caminos, propósitos, visiones, creencias y convicciones que no son todas compatibles entre sí ni todas verdaderas. De esta realidad, surge la discrepancia, el conflicto, y el desafío de cómo poder convivir pacíficamente, de cómo tolerarnos. Para algunos, la tolerancia pareciera consistir en el deber de mostrar comprensión o de aceptar algunas o todas las ideas contrarias. Es esa una definición errónea, porque nunca nadie puede ser obligado a validar una idea equivocada o falsa, ni menos se puede considerar una virtud aceptar fines o medios que son incompatibles con la verdad, ni terminar favoreciendo o validando la difusión de un error o de una mentira. La única tolerancia posible, por lo tanto, es aquella que parte por distinguir las ideas inequívocamente falsas y los actos equivocados, de lo que es la persona que las sostiene o los ejecuta. Al separar lo que la persona substancialmente es y reconocer la dignidad superior que posee, de lo que esa misma persona piensa y hace, y que muchas veces puede ser un deber ineludible rechazar, es posible entender el verdadero sentido de la tolerancia, virtud que está referida específicamente al respeto que siempre merece la dignidad superior de toda persona humana, aun cuando ella se encuentre en el más extremo error

o equivocación, porque nunca nadie deja de conservar esos derechos primeros o inherentes y exclusivos de nuestra naturaleza, que están incluso por sobre las leyes positivas, y que le garantizan la vida y el respeto de todo lo esencial que corresponde a su condición de ser humano. Así se puede llegar a entender por qué se debe tolerar siempre a la persona que yerra o que se equivoca, y por qué nadie puede ser obligado a aceptar el error como una verdad.

 

La solidaridad y la alegría de servir

La solidaridad es ponerse libre y voluntariamente en la situación de los demás, adhiriendo o haciéndose parte de una causa legítima, de un problema o de un proyecto de bien de otra persona o grupo de personas, virtud que permite desarrollar una cultura de respeto, compresión y cercanía con el prójimo, y un sentido de la existencia propia con espíritu colaborativo, con disposición a dar y hacerlo con generosidad y alegría, en oposición al egoísmo, al individualismo extremo y a la lógica de una competitividad sin límites. Dar siempre lo más y lo mejor tiene, a lo largo de la vida, la recompensa de recibir también lo más y lo mejor. La vocación de servicio para con el que lo necesita fluye por las venas de nuestra comunidad universitaria, no como un deber o una carga impuesta desde fuera, sino como expresión de la bondad y la generosidad de cada uno de sus miembros, y del alma institucional.

El espíritu de superación

En una época que nos invita a la comodidad, a lo fácil, a lo rápido y a lo desechable, el espíritu de superación nos recuerda que las grandes metas, los más altos ideales se alcanzan con esfuerzo, con renuncias, con paciencia y perseverancia, porque sabemos que no obstante nuestra condición de seres imperfectos y finitos, tenemos nuestra inteligencia y voluntad para superar nuestra precariedad original y avanzar y progresar, buscando una mayor perfección y nuestra felicidad. La perfección de esta virtud consiste en cumplir siempre primero con los deberes y compromisos, buscando ir más allá de lo estrictamente necesario u obligatorio. Nunca conformarse con lo mínimo, aspirar siempre a dar o alcanzar lo máximo. No existe una genuina educación sin templar la conciencia de cada uno, en el valor del esfuerzo y el deseo de ser siempre más, porque todo siempre se puede hacer mejor, y porque las personas valen por lo que son y no por lo que tienen o aparentan.

Fortaleza y perseverancia

Muchas situaciones en la vida nos obligan a enfrentar imprevistos, a sobreponernos a un fracaso o a tener que vencer incomprensiones y obstáculos. Son experiencias que nos enseñan que nada importante se logra en la vida eligiendo el camino fácil, o eludiendo el esfuerzo y la responsabilidad. Esa capacidad de asumir y enfrentar las dificultades es la virtud de la fortaleza, estrechamente unida a la perseverancia, aquella otra virtud que nos hace capaces de no rendirnos ni abandonar lo que consideramos un deber, ni por cansancio ni por un sentimiento de soledad. El verdadero éxito es siempre fruto de la constancia y la tenacidad de espíritus fuertes, capaces de resistir pruebas y adversidades, de sobreponerse a un tropiezo, de volver a ponerse de pie y perseverar con medios legítimos en la búsqueda de la verdad, en la realización de nuestros sueños y proyectos, buscando alcanzar el mayor progreso posible, el bien propio y el de los demás.

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