Instituto de Filosofía

El cultivo de la reflexión y la racionalidad: valor y tarea de la USS

“Hay hombres que de su ciencia tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas, mas digo,
sin ser muy ducho,
es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”
“El Gaucho Martín Fierro” (José Hernández)

La reflexión y la racionalidad, sus implicancias valóricas.

Pareciera que referirse a la reflexión y la racionalidad en el marco de una institución universitaria es algo tan evidente, tan propio de la esencia misma de la vida académica que no agrega mucho el desarrollar una reflexión valórica, sin embargo, la USS lo asume como un valor institucional estrechamente vinculado a la plena realización de su proyecto educativo y a su inspiración humanista cristiana. Siendo la universidad el lugar de la inteligencia, de la reflexión serena, profunda y prudente, vale la pena rescatar la riqueza del cultivo intelectual que enaltece tanto a la universidad como a la vida misma de las personas; especialmente en tiempos en que la irracionalidad, la violencia y el emotivismo como expresión última de la persona lo han permeado todo.

Usualmente podemos asociar la racionalidad y la reflexión a una simple función lógica, intelectual o académica bastante neutra, aséptica e incluso algo desabrida. Sin embargo, en medio del contexto global que estamos viviendo a propósito de la pandemia del coronavirus, resulta especialmente sencillo aproximarse a los conceptos de racionalidad y reflexión desde sus implicancias valóricas. Hoy, junto a la exaltación de emociones como el miedo y la angustia o la empatía y la compasión (por nombrar algunas), aparece con una urgencia casi trágica el anhelo de entender qué está pasando, por qué se produjo esta epidemia y proyectamos qué podrá pasar; buscamos un sentido al dolor, dudamos de algunas informaciones que nos llegan y asumimos otras como verdaderas. En definitiva, permanentemente razonamos y reflexionamos porque queremos respuestas: algo verdadero, alguna certeza que pueda orientar nuestra vida. De hecho, en situaciones límites que pueden angustiarnos solemos decirnos a nosotros mismos “tranquilízate, piensa”, como enfatizando que en esa angustia vivenciada no está toda la verdad y que debemos detenernos a juzgar en términos más amplios; es, a fin de cuentas, la inteligencia invitando a elevar la mirada para juzgar y actuar acertadamente, es decir, elegir verdaderamente bien. No es neutro lo que pensamos, siempre hay implicancias tanto en nuestro interior como en la relación con el mundo y las personas, de ahí la responsabilidad de cultivar la racionalidad y la reflexión, es decir, de hacer de dichas capacidades algo pleno que contribuya a la realización personal.

Racionalidad en la academia y en la vida.

La racionalidad y la reflexión son los caminos por los que vamos avanzando en el conocimiento de la verdad, tanto a nivel científico y académico como a nivel existencial. La universidad siempre ha sido el lugar del debate honesto y profundo, donde la inteligencia es llevada al límite de sus capacidades en la búsqueda de la verdad, y donde se acompaña a los estudiantes en su desarrollo intelectual, tanto en lo referido su disciplina en específico como en su madurez para juzgar con acierto la realidad. Este valor institucional, por tanto, sólo se realiza plenamente en la medida en que académicos y estudiantes asumen con responsabilidad y alegría, la posibilidad de desarrollarse en un ambiente donde la inteligencia encuentra el lugar de su despliegue. Los slogans irreflexivos, los dogmatismos, las ideologías y la violencia verbal o física suelen no tener cabida en la universidad porque significan la disolución del cultivo de la ciencia y la denigración de la sala de clases, ese espacio dignísimo de encuentro entre estudiantes y profesores. Cuando estas actitudes antiacadémicas logran permear en la universidad, se producen rupturas en la comunidad académica que la desorientan respecto de su fin.

La racionalidad, por otra parte, se opone directamente a la irracionalidad entendida como esa actitud que violenta la realidad y la naturaleza de las cosas; naturaleza en la que la razón puede penetrar y conocer verdaderamente. En este sentido podríamos afirmar que no es absurdo o ilógico, por ejemplo, someter a seres humanos a experimentos que lo reducen a un simple medio si con ello progresa un saber determinado, pero es irracional en el sentido que vulnera la naturaleza y dignidad de la persona. Racionalidad no es un ejercicio lógico impecable, si bien lo supone, sino que se trata propiamente de la razón ordenada a la verdad y el bien.

La reflexión como opción moral.

Sin embargo, los seres humanos no razonamos únicamente en los estudios y el trabajo, sino que la totalidad de nuestra vida se arraiga en ese diálogo interior que, como todo diálogo, es sobre todo racional; sólo el que ha sabido conversar consigo mismo queda bien dispuesto para dialogar auténticamente con otros, pues su racionalidad queda ordenada al valor de la persona. El diálogo no es fácil, aunque nos cueste admitirlo, el ser humano tiene una fuerte tendencia a «cerrarse» ante las opiniones contrarias a las suyas, sin embargo, puede superar esa resistencia, confiando en la posibilidad del encuentro que brota de la honestidad intelectual de ambos. La universidad como comunidad académica de personas es el espacio del diálogo y la confrontación de ideas y argumentos, pues integra el cultivo de la racionalidad y la reflexión en un ambiente de respeto y promoción de la persona.

A la racionalidad y el diálogo debe añadirse el cultivo de la reflexión, ese volverse sobre sí mismo e indagar en el sentido profundo de la verdad, evitando que esta quede en la superficie del alma, para que desde dentro logre iluminar la existencia personal. No es extraño que haya hombres de ciencia, investigadores brillantes en un determinado saber, que no han sido capaces de dotar de sentido su propio conocimiento. La reflexión implica salir de la masa, de la frivolidad y superficialidad, porque se alimenta de lo más personal que tenemos: nuestra interioridad. Ello exige una opción moral de autenticidad y valentía para animarse a entrar en ese mundo interior personal, aun cuando se sospeche que está algo vacío o falseado. La reflexión se dirige a ver la verdad dentro de uno, de la que siempre brotará un compromiso, pues la verdad reclama coherencia y la vida coherente regala paz.

Juan Ignacio Rodríguez S.
Subdirector del Instituto de Filosofía
Universidad San Sebastián

 

WhatsApp