Manuel Ignacio Silva Varela, un joven de 18 años, encendido por el espíritu patrio de la época –como muchos otros jóvenes– se apresuró a enrolarse en el ejército de Chile para participar en la Guerra del Pacífico. En un arrebato juvenil, se alistó como simple soldado, pudiendo haberlo hecho en calidad de oficial debido a sus antecedentes y su formación. Poco después se arrepintió profundamente, por lo que intentó por todos los medios, especialmente a través de las influencias familiares, ser ascendido a oficial.
La correspondencia presentada en esta publicación cubre la llegada y acantonamiento del joven en Antofagasta, las campañas de Tarapacá, Tacna y Arica, así también la ocupación de Lima. En las cartas, dirigidas principalmente a su madre, relata con detalle y pasión los acontecimientos de la guerra: los hechos de armas en los que le tocó participar y, con mayor frecuencia, la vida de campamento.
Nuestro personaje escribe bien. Su narración es ágil y directa, sin mayor censura puesto que las cartas van dirigidas a su círculo familiar. Comunica con entusiasmo las victorias obtenidas por el ejército chileno, las vicisitudes y privaciones experimentadas, los lazos de amistad forjados, la tristeza por los compañeros muertos y heridos en el campo de batalla, el sentimiento de soledad y la nostalgia por la vida familiar. A sus cartas se agregan las que recibió de su madre, con noticias de su gente, y las de su hermano Alejandro, oficial de marina, que combinan el apoyo al soldado con apuntes sobre sus experiencias.
Mucho se ha escrito sobre la Guerra del Pacífico, sin embargo, son pocos los testimonios de la experiencia del conflicto visto “desde abajo”, y son incluso menos los que logran la fluidez de esta correspondencia. Escritas por un joven con buena pluma e instruido, las cartas trasuntan no solo sus estados de ánimo, sino también el entusiasmo colectivo generado por la guerra y la tragedia humana que esto conlleva.