Mi experiencia en Café Fraterno

Francisca Corvalán es una de las coordinadoras del Café Fraterno, actividad que consiste en visitar a personas en situación de calle y entregarles, además de una once, un rato de compañía y conversación. La estudiante de tercer año de Terapia Ocupacional relata en primera persona su aprendizaje.  

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El ritual del Café Fraterno comienza cada miércoles al atardecer. Somos cerca de 20 estudiantes voluntarios de Pastoral de Asuntos Estudiantiles que nos reunimos en la capilla de la Universidad para preparar termos con café caliente y sándwiches.

Finalizada esta labor, el furgón institucional nos traslada al corazón del centro de la ciudad de Concepción para instalarnos a ofrecer esta simple once a quienes lo necesitan.

Entré a estudiar a la USS durante la pandemia, y la Pastoral naturalmente no estaba muy activa. Apenas comenzaron las clases presenciales me acerqué, para tener alguna participación, y justo se empezó a hacer de nuevo el Café Fraterno, que había estado suspendido por razones propias de la emergencia sanitaria.

Fue así como, en agosto del año pasado, formé parte de la primera salida. Fue maravillosa. Llegué no sabiendo mucho, sin conocer a los otros estudiantes que iban a participar, igual estaba un poco expectante. Nos reunimos en la capilla del Campus, nos organizamos súper bien y partimos al centro de Concepción, a lo que fuera… y fue muy lindo.

“Nos vemos la próxima semana…”

Una vez instalados en el centro, a un costado de la Plaza Independencia, comenzamos a compartir con diferentes personas. Nos dimos cuenta de que estaban muy agradecidos. Al principio algunos pensaron que vendíamos, pero nos pusimos las pecheras y empezaron a confiar y a participar. Los miércoles siguientes ya nos esperaban, se pasaron el dato, y desde entonces ha sido muy parecido. Muchas personas ya nos conocen, nosotros a ellas, e incluso cuando falta alguno de nosotros, nos preguntan por qué no vino tal o cual voluntario.

Vemos mucha gratitud, pero en realidad, somos nosotros los agradecidos, de la experiencia, de la confianza, del cariño. Te devuelves a tu casa con mucho más de lo que diste, las personas mayores te entregan sus bendiciones…es muy enriquecedor.

Nuestro grupo se ha consolidado. Hacemos grupos, unos quedan fijos y los otros dan vuelta la manzana, para conversar con las personas que no caminan, o no quieren moverse. Les damos su sándwich y café, y lo más importante: conversamos con ellas.

Jóvenes, adultos y adultos mayores, no hay edad para el drama de “vivir en la calle”. También hay migrantes, pero ellos se hacen presente una o dos veces, sólo están de paso.

Los riesgos igual están. En la calle encuentras gente de todo tipo, a veces ebrios, algunos alterados o enojados, pero ya sabes que no pasa nada. Armamos unos grupos más pequeños y así nos protegemos, de cualquier cosa. Incluso, las personas en situación de calle que ya nos conocen nos “defienden”, nos cuidan… Y claramente son muchas más que las personas conflictivas.

Es más que un sándwich y un café. Les gusta que conversemos, nos comparten sus penas, sus rabias, se quejan del sistema. Pero siempre prefieren los chistes, las risas. De hecho, la semana pasada terminamos cantando, ellos (son amigos entre sí) y nosotros. Terminamos súper tarde ese día, nos entretuvimos más de la cuenta. Nos entregan ejemplos, de esfuerzo, resiliencia, de ser muy felices con muy poco… con casi nada. Y siempre se despiden contentos, “nos vemos la próxima semana”, nos dicen.

Vivir esta experiencia también reporta valor para mi futura profesión. Ubicar a las personas en primer plano te ayuda mucho, como persona a empatizar, a solidarizar. Y claramente eso tiene un impacto positivo en cualquier profesión, algo que todos, en especial quienes estudiamos carreras de la salud, debemos vivenciar y desarrollar, más allá de las asignaturas. Yo soy muy feliz cada miércoles.

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