Académico Max Silva Abbott plantea que existen ciertos temas en que dicha libertad tiene límites infranqueables o incluso materias vedadas.
En Islandia acaba de derogarse una ley que penalizaba la blasfemia, con el fin de garantizar la más absoluta libertad de expresión.
La libertad de expresión es una piedra angular de cualquier sistema democrático real, siendo fundamental para el debate de las ideas y la fiscalización de las acciones de los gobernantes. Sin embargo, también es esencial para toda convivencia pacífica, que cuando esa libertad de expresión se usa con una finalidad torcida, como puede ser el ánimo de ofender, de ridiculizar o de incitar al odio, existan las sanciones correspondientes.
Obviamente, no se trata de generar situaciones de privilegio para la religión; pero no parece adecuado dejar sin defensa a las posibles víctimas ante un uso claramente abusivo de la libertad de expresión en este ámbito.
La libertad de expresión es una piedra angular de cualquier sistema democrático real, siendo fundamental para el debate de las ideas y la fiscalización de las acciones de los gobernantes.
Además, lo anterior contrasta abiertamente con la actual tendencia a castigar, y a veces duramente, la discriminación en múltiples formas, la cual suele centrarse cada vez más en la apreciación subjetiva o sentimiento de ofensa que dice sentir la supuesta víctima. De esta manera, en más de una ocasión, manifestaciones evidentes y bien intencionadas de libertad de expresión han sido sancionadas en virtud de la ofensa que manifiesta sufrir alguien, pese a no haber sido esa la intención, o incluso ni siguiera haber sido previsto por el supuesto ofensor, siendo un claro ejemplo de lo anterior el actual debate sobre del matrimonio homosexual.
En consecuencia, por mucha libertad de expresión que se defienda hoy, existen ciertos temas en que dicha libertad tiene límites infranqueables o incluso materias vedadas. Lo anterior suele fundamentarse señalando que una libertad de expresión sin límites podría ofender gravemente sentimientos o incitar el odio hacia ciertos grupos; sin embargo, similares argumentos podrían darse respecto de las convicciones y sentimientos religiosos de otros grupos de esa misma población. Por eso, la misma no discriminación que exigen los primeros debiera también aplicarse a los segundos.
No puede dejar de percibirse una abierta contradicción cuando respecto de ciertos temas se aboga por una libertad de expresión abusiva e incluso insolente, y en otras materias se prohíbe terminantemente sobrepasar ciertos límites.
En consecuencia, no puede dejar de percibirse una abierta contradicción cuando respecto de ciertos temas se aboga por una libertad de expresión abusiva e incluso insolente, y en otras materias se prohíbe terminantemente sobrepasar ciertos límites. Se nota así que no existe una real igualdad entre todos los ciudadanos, sino que a unos se los protege especialmente y a otros incluso se les quita toda protección. Lo anterior quiere decir que lo que importa en el fondo no sería tanto la libertad de expresión en sí misma, sino las materias a las que se alude con ella, lo cual resulta abiertamente discriminatorio.
Max Silva Abbott
Académico Facultad de Derecho
Universidad San Sebastián
Vea la columna en diario El Sur.