Porfiacionismo y desacato al sentido común

El peligro real del porfiacionismo no es solo la porfía negativa que facilita los contravalores de una sociedad materialista e insolidaria, sino el descuido generalizado de una educación en valores y virtudes.

Porfiacionismo y desacato al sentido común

Resulta alarmante que, frente al deseo de la autoridad de evitar el aumento de contagios en nuestras ciudades, surjan de modo clandestino innumerables manifestaciones de desacato, no solo a la autoridad sanitaria, sino también al sentido común.

Guillermo Tobar 150A esta altura de la pandemia, ya no es necesario trabajar en algún centro de salud para conocer la gravedad que puede provocar el virus. Quienes han sido sometidos a ventilación mecánica y han logrado sortear la situación narran conmovidos su experiencia.

Lamentablemente, quienes no lo superaron son parte ahora de una triste estadística de defunción que deja conmocionados y dolidos a sus seres queridos. A pesar de la emergencia sanitaria, de la escasez de camas de cuidados intensivos, de las muertes que debemos lamentar cada día y de otra infinidad de dificultades desprendidas de la pandemia, la presencia de los porfiados es insistente.

La palabra porfía designa cierta obstinación, algo de tesón insistente en una determinada actitud. Por supuesto, que si se trata de una actitud honesta podemos afirmar que esta expresión señala una cualidad positiva.

Pareciera que al porfiado no le importa la salud ni le interesa la muerte. Solo le importa el disfrute sensorial del momento, todo lo demás carece de consideración y respeto.

Sin embargo, la etimología nos dice que porfía procede de la palabra latina “perfidia” la que a su vez tiene una connotación de traición, transgresión y mala fe. Justo ahora podemos comprender lo ruin y nocivo que oculta la actitud del porfiado en tiempos de pandemia. Si añadimos a la palabra “porfía” el sufijo “ismo” se crea el vocablo porfiacionismo, que nos ayuda a identificar y denunciar la actitud del porfiado.

Porfiado es aquel que organiza y participa de un evento masivo contrariando las normas sanitarias a sabiendas de que una gran proporción de los contagios proviene de las fiestas y encuentros sociales. Pareciera que al porfiado no le importa la salud ni le interesa la muerte. Solo le importa el disfrute sensorial del momento, todo lo demás carece de consideración y respeto. Por eso, la otra cara del porfiado es la irresponsabilidad y el egoísmo. Es imposible comprender las noticias que a diario nos llegan de eventos sociales fuera de toda norma, cuyos transgresores son jóvenes y adultos sin una condición socioeconómica determinada.

Estos datos son alarmantes para nuestra sociedad y nos deben llevar a un planteamiento serio como país para analizar la calidad del proceso de socialización y de valores que entregan nuestras instituciones educativas, de modo particular la familia, la escuela y la universidad.

El peligro real del porfiacionismo no es solo la porfía negativa que facilita los contravalores de una sociedad materialista e insolidaria, sino el descuido generalizado de una educación en valores y virtudes. Sin esta preocupación educativa en niños y jóvenes aparecen luego adultos cuyas necesidades humanas no son precisamente las que representan ni esos valores ni esas virtudes. Por lo mismo, el porfiado en tiempos de pandemia a duras penas comprenderá al escritor británico C.S. Lewis cuando dice que “las dificultades preparan a personas comunes para destinos extraordinarios”.

Guillermo Tobar
Académico del Instituto de Filosofía
Universidad San Sebastián

Vea la columna en El Llanquihue

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