Ingreso a la universidad: De la PAA a la PDT, de los 80 al 2020

A la universidad ingresa la familia, no sólo el estudiante, y el resultado no depende sólo de la capacidad individual, sino que del apoyo colectivo.

Ingreso a la universidad: De la PAA a la PDT, de los 80 al 2020

Corría diciembre de 1985, habían transcurrido algunos días de la graduación de cuarto medio y la tensión se sentía en mi hogar; aunque no habláramos de ello, sabíamos que venía un hito importante en nuestras vidas y en la mía en particular. Las conversaciones entre amigos abordaban sólo un tema: la entonces Prueba de Aptitud Académica.

El año anterior, una micro “Rengo-Lientur”, en que viajaban varios estudiantes que iban a rendir la PAA, había tenido un accidente en las cercanías del Liceo 1 de Niñas. Pensaba qué pasaría si ocurre algo que afecte mi resultado, me había preparado tanto y, en esa época, sólo teníamos tres oportunidades, por lo que había menos margen para equivocarse.

Francisco FloresEran otros tiempos. Los resultados se informaban en el diario “La Nación”, donde aparecía el nombre completo, el “RUN” y los puntajes de cada una de las pruebas rendidas. Quienes obtuvieran un puntaje ponderado bajo el mínimo exigido para postular al sistema figuraban con un asterisco.

Mucho ha transcurrido desde entonces. Hoy ya no se denomina PAA, ni PSU, sino PDT (Prueba de Transición Universitaria). Hay disponibilidad casi inmediata de la información, resguardo sigiloso de la privacidad y muchas más opciones para elegir con una oferta académica de altísimo nivel, entre otros avances. Bastantes cosas han cambiado; pero otras permanecen dando cuenta de valores fundamentales y emociones de base en el ser humano: adrenalina, tensión, incertidumbre y también esperanza, sobre todo para las familias que ven la posibilidad de que uno de los suyos ingrese a la universidad y así revertir una biografía no exenta de frustraciones, dolor y sueños inconclusos.

Bastantes cosas han cambiado; pero otras permanecen dando cuenta de valores fundamentales y emociones de base en el ser humano: adrenalina, tensión, incertidumbre y también esperanza, sobre todo para las familias que ven la posibilidad de que uno de los suyos ingrese a la universidad y así revertir una biografía no exenta de frustraciones, dolor y sueños inconclusos.

El primer universitario de la familia representa un hito, un punto de inflexión y, al mismo tiempo, una gran responsabilidad para el estudiante que siente en sus hombros el peso de la historia y las expectativas de los suyos. A la universidad ingresa la familia, no sólo el estudiante, y el resultado no depende sólo de la capacidad individual, sino que del apoyo colectivo. A veces la familia queda impotente en cuanto a las posibilidades de ayuda. Los buenos deseos, las oraciones y las palabras de aliento son un gran aliciente para el joven; sin embargo, hay una brecha que sólo él puede cubrir, con su esfuerzo, tenacidad, disciplina y trabajo.

El mundo universitario cambia la vida; nuevos amigos, nuevos horarios, nuevos ritos y nuevas conversaciones. Todo un mundo que se abre al conocimiento y a la formación. El primer paso en este proceso es rendir la prueba y esperar que la preparación produzca sus frutos, que no existan “funas” o eventos desafortunados que escapan al control de quienes hacen su máximo esfuerzo para lograr un buen resultado. Que la micro que volcó en diciembre del año 1984 y que se transformó en un fantasma para mí en esos días, no se les aparezca a los  jóvenes que hoy son el futuro de nuestro país.

Ahora, cuando miles se preparan para un momento crucial, recuerdo la caminata al Colegio Adventista de la calle Freire, donde me tocó dar la PAA. Podrá rendirse en diciembre o en enero, cambiar el nombre, informar los resultados en un diario en papel o de forma virtual; pero hay cosas que no cambian, los hitos en la vida de las personas que marcan su destino. En unas semanas más, muchos comenzarán también ese trayecto al primer año del resto de sus propias vidas.

Francisco Flores Soto
Vicerrector Sede Concepción
Universidad San Sebastián

Vea la columna en diario El Sur

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