Fake science: Cómo abordar los problemas éticos de la ciencia

La visión de un mundo ideal en que la ciencia es objetiva, basada en datos fidedignos, racional y que está motivada únicamente por la búsqueda de la verdad y el bien común, no siempre es así. Casos recientes y muy ilustrativos lo demuestran. De ahí que se requiera formar científicos rigurosos, honestos y con fuertes competencias éticas.

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Así como circulan cada día en internet las fake news, en el mundo de la ciencia se usa fake science para las investigaciones con datos manipulados o conclusiones alejadas de la rigurosidad científica.

El caso más conocido es el investigador inglés Andrew Wakefield quien publicó en 1998 en la revista The Lancet, la relación entre la administración de la vacuna triple vírica (contra sarampión, rubéola y  paperas) como causa de autismo en niños. Dos años después, el Consejo Médico General de ese país concluyó que la investigación era falsa, sacando a Wakefield de sus registros e impidiéndole el ejercicio de la profesión y The Lancet se retractó de la publicación.

Un caso mas reciente es el de Piero Anversa, cardiólogo de la Universidad de Harvard que publicó un gran número de trabajos afirmando que células madres podían reparar el corazón dañado, una revolución en la medicina que condujo a estudios clínicos en humanos. Cuando no se pudieron reproducir los resultados en otros laboratorios se inició una investigación que determinó el año 2018 que mas de 30 publicaciones de Anversa contenían datos manipulados o falsificados y se informó las revistas las que se retractaron de esas publicaciones.

El vicerrector de Investigación y Doctorados de la Universidad San Sebastián (USS), Dr. Carlos Vio, médico e investigador, afirma que “esto es muy grave, porque la ciencia avanza en peldaños. El investigador usa la información que otros han publicado, lo que se basa en la confianza y en la rectitud ética de quien publicó con anterioridad. Pero si falla un eslabón, las consecuencias son enormes para el mundo científico y para la sociedad al afectar la fe pública en la ciencia y en la investigación médica”.

Al respecto, sostiene que “una oficina de alto nivel sobre integridad de la investigación que resguarde la buenas prácticas de la investigación y el adecuado registro y documentación de los datos, la seguridad para investigadores y su entorno (Bioseguridad y seguridad), y el respeto por los sujetos de investigación (Bioética y ética) debieran ser prioritarias para las instituciones que hacen investigación y es algo que estamos desarrollando como un proyecto prioritario en la U. San Sebastián”.

Formar científicos éticos

La Dra. Patricia Burgos, directora del Doctorado en Biología Celular y Biomedicina USS señala que “el investigador parte de una idea que forjó ante sus observaciones, que decide someterla al método científico. Pero si la evidencia obtenida echa abajo esa idea preconcebida, la persona tiene que ser crítico consigo mismo, y decir que nunca dieron lo que interpretó en un comienzo. Éste es el actuar ético que debe acompañar a todos los científicos y a quienes aspiran a serlo”.

Otro aspecto que destaca es “los sistemas altamente competitivos, en los que prevalece el logro y la publicación de papers es propenso a que las personas experimenten desbalance. La competitividad no puede sustituir a la investigación rigurosa y bien documentada. Y eso se enseña”.

El Dr. Alejandro Serani médico y experto en bioética del Instituto de Filosofía de la USS, afirma que la ética científica tiene dos componentes, uno subjetivo y otro objetivo: la actitud rigurosa y veraz del científico, por una parte, y los problemas éticos objetivos que surgen a partir del avance la ciencia y de su aplicación técnica en la sociedad, por otra.

La sensibilidad ética de una sociedad y de una cultura es la que alberga al científico, que no es un ser ajeno a ellas. El investigador se forja en un contexto social y político que lo influye. Hoy se requiere rectitud de voluntad para hacer el trabajo con honestidad en orden al bien común”, sostiene Serani.

Agrega que “el prestigio de un científico debe derivar sólo de su trabajo bien hecho. Hoy vemos con preocupación que el énfasis se ha desplazado a cómo lo recibe el público y no a la calidad de una determinada investigación o producto de la misma. Buscar la fama no debería ser el fin de ningún científico, por lo que abordar todos estos temas desde la filosofía entrega una mirada ordenadora necesaria para la sociedad”.

Vea artículo completo en La Tercera

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